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El Placer Armado – Alfredo M. Bonanno (2)

Las noches de verano son pesadas.

En las pequeñas habitaciones se duerme mal.

Es la vigilia de la guillotina.

Zo d’Axa

IV

¡Qué locura es el amor al trabajo!

Qué gran habilidad escénica la del capital, que ha sabido hacer que el explotado ame la explotación, el ahorcado la cuerda y el esclavo las cadenas.

Esta idealización del trabajo ha sido la muerte de la revolución hasta ahora. El movimiento de los explotados ha sido corrompido por la moralidad burguesa de la producción, la cual no es sólo ajena al movimiento sino contraria a éste. No es casualidad que los sindicatos fueran los primeros en ser corrompidos, precisamente por su mayor cercanía a la gestión del espectáculo de la producción.

Es necesario oponer la estética del no trabajo a la ética del trabajo.

Debemos oponer a la satisfacción de necesidades espectaculares impuestas por la sociedad mercantil la satisfacción de las necesidades naturales del hombre revalorizadas a la luz de la necesidad primaria y esencial: la necesidad de comunismo.

De este modo la valoración cuantitativa de la presión que las necesidades ejercen sobre el hombre se desmorona. La necesidad de comunismo transforma todas las otras necesidades y su presión sobre el hombre.

La miseria del hombre objeto de la explotación, ha sido vista como base de la redención futura. El cristianismo y los movimientos revolucionarios se dan la mano a través de la historia.

Debemos sufrir para conquistar el paraíso o para adquirir la conciencia de clase que nos llevará a la revolución. Sin la ética del trabajo la noción marxista de “proletario” no tendría sentido. Pero la ética del trabajo es un producto del mismo racionalismo burgués que permitió a la burguesía conquistar el poder.

El corporativismo vuelve a salir a la superficie, a través de la malla del internacionalismo proletario. Todos luchan dentro de un propio sector. Como mucho establecen contratos con sectores similares de otros países, a través de los sindicatos. A las monolíticas multinacionales se oponen monolíticos sindicatos internacionales. Hagamos la revolución, pero salvemos la máquina, el instrumento de trabajo, ese objeto mítico que reproduce la virtud histórica de la burguesía, ahora en manos del proletario.

El heredero de los destinos de la revolución es el sujeto destinado a convertirse en el consumador y actor principal del espectáculo futuro del capital. La clase revolucionaria, idealizada a nivel de conflicto de clase como beneficiaria de su resultado, se desvanece en el idealismo de la producción. Cuando los explotados son recluidos dentro de una clase que se han confirmado ya todos los elementos de la ilusión espectacular, los mismos de la clase burguesa.

El único camino que los explotados pueden tomar para escapar del proyecto globalizador del capital es el que pasa por el rechazo del trabajo, de la producción y de la economía política.

Pero el rechazo del trabajo no se debe confundir con “falta de trabajo” en una sociedad basada en el trabajo. El marginado busca trabajo. No lo encuentra. Se le empuja a la guetización. Es criminalizado. Todo esto forma parte de la gestión del espectáculo productivo como un todo. Tanto los que producen como los desempleados son indispensables para el capital. Pero el equilibrio es delicado. Las contradicciones estallan y producen varios tipos de crisis, en cuyo interior se produce la intervención revolucionaria.

Por tanto, el rechazo del trabajo, la destrucción del trabajo, es la afirmación de la necesidad de no-trabajo. La afirmación de que el hombre puede autoproducirse y autoobjetivarse a través del no trabajo, a través de los estímulos del no trabajo que le procura. La idea de destruir el trabajo es absurda si se ve desde el punto de vista de la ética del trabajo. Pero ¿cómo? Tanta gente está buscando trabajo, tanta sin empleo, ¿y tú hablas de “destrucción del trabajo”? El fantasma luddita aparece y pone a todos los revolucionarios-que-han-leído-todos-los-clásicos a temblar de miedo. El esquema del ataque frontal y cuantitativo a las fuerzas del capital debe permanecer intacto. No importan los errores y sufrimientos del pasado, no importan las vergüenzas y traiciones. ¡Adelante, mejores días vendrán, de nuevo hacia delante!

Para espantar a los proletarios y empujarles a la atmósfera estancada de las organizaciones de clase (partidos, sindicatos y movimientos parásitos), basta con hacer ver dónde se anega hoy el concepto de “tiempo libre”, de la suspensión del trabajo. El espectáculo ofrecido por las organizaciones burocráticas del tiempo libre está hecho aposta para deprimir incluso las imaginaciones más fértiles. Pero este modo de actuar no es más que una cubierta ideológica, uno de los mucho instrumentos de la guerra total que constituye la base del espectáculo como un todo.

La necesidad de comunismo transforma todo. A través de la necesidad de comunismo la necesidad de no trabajo pasa del aspecto negativo (contraposición al trabajo) al positivo: la completa disponibilidad del individuo ante sí mismo, la totalidad de expresarse libremente, ruptura de todos los esquemas, incluso de aquellos considerados fundamentales e indispensables, como el esquema de la producción.

Pero los revolucionarios son gente obediente y tienen miedo a romper todos los esquemas, incluido el de la revolución si ésta constituye –en cuanto esquema- un obstáculo a la plena realización de cuanto el concepto significa. Tienen miedo de encontrarse sin arte ni parte. ¿Alguna vez te has encontrado con un revolucionario que no tenga un proyecto revolucionario? ¿Un proyecto que esté bien definido y presentado claramente a las masas? ¿Qué raza de revolucionario sería aquella que pretendiera destruir el esquema, la envoltura, el fundamento de la revolución? Golpeando los conceptos de cuantificación, clase, proyecto, modelo, misión histórica y otras antiguallas similares, uno podría correr el riesgo de no tener nada que hacer, de ser obligado a actuar en la realidad, modestamente como cualquier otro. Como millones de otros que están construyendo la revolución día a día sin esperar el signo de un fatal vencimiento de plazos. Y para esto se necesita coraje.

Con los esquemas y los juegos cuantitativos se está en lo ficticio, esto es en el proyecto ilusorio de la revolución, una amplificación del espectáculo del capital; con la abolición de la ética productiva se entra directamente en la realidad revolucionaria.

Es difícil incluso hablar sobre tales cosas porque no tiene sentido hablar de ellas en las páginas de un tratado. Pero reducir estos problemas a un análisis completo y definitivo sería perder el punto. Lo mejor sería una discusión informal capaz de ocasionar esa sutil magia de los juegos de las palabras. Hablar seriamente del placer es una verdadera contradicción.

Las noches de verano son pesadas.

En las pequeñas habitaciones se duerme mal.

Es la vigilia de la guillotina.

Zo d’Axa

V

Los explotados también encuentran tiempo para jugar. Pero su juego no es placer. Es una liturgia macabra. Una espera de la muerte. Una suspensión del trabajo para descargar la violencia acumulada en el curso de la producción. En el ilusorio mundo de la mercancía, jugar es también ilusorio. Nos imaginamos que estamos jugando, mientras no se hace otra cosa que repetir monótonamente los roles asignados por el capital.

Cuando nos hacemos conscientes del proceso de explotación lo primero en que se piensa es en la venganza, lo último es el placer. La liberación es vista como recomposición de un equilibrio roto por la perversidad del capitalismo, no como la llegada de un mundo de juego que sustituirá al mundo del trabajo.

Es la primera fase del ataque a los amos, la fase de la conciencia inmediata. Lo que nos golpea son las cadenas, el látigo, los muros de las prisiones, las barreras sexuales y raciales. Todo eso debe caer. Por eso nos armamos y golpeamos al adversario, al responsable.

En la noche de la guillotina yacen las bases de un nuevo espectáculo, el capital reconstruye sus fuerzas: primero caen las cabezas de los patronos, después las de los revolucionarios.

Es imposible hacer la revolución sólo con la guillotina. La venganza es la antecámara del poder. Quien quiera vengarse necesita un jefe. Un jefe que le conduzca a la victoria y restaure la justicia herida. Y quien quiere venganza se verá llevado a envidiar la posesión de lo que le han quitado. Hasta la abstracción suprema, la expropiación de la plusvalía.

El mundo del futuro debe ser un mundo en el que todos trabajen. ¡Bien! Entonces habremos impuesto la esclavitud para todos, excepto para aquellos que la hacen funcionar y que, precisamente por esto, serán los nuevos amos.

Sea como sea, los amos deben “pagar” por sus culpas. ¡Bien! Habremos llevado de este modo la ética cristiana del pecado, de la condena y de la expiación al interior de la revolución. Sin hablar de los conceptos de “deuda” y “pago”, de clara derivación mercantil.

Todo esto forma parte del espectáculo. Cuando no se gestiona directamente por el poder, puede ser reanudado fácilmente. El cambio de papeles forma parte de las técnicas dramatúrgicas.

Puede ser indispensable atacar con sus armas de la venganza y el castigo en un cierto nivel del enfrentamiento de clases. El movimiento puede no tener otras. Es, entonces, el momento de la guillotina. Pero los revolucionarios deben ser conscientes de los límites de estas armas. No pueden hacer ilusiones ni ilusionar a los demás.

En el cuadro paranoico de una máquina racionalizadora como el capital, el concepto de revolución de la venganza puede también entrar a formar parte de las continuas modificaciones del espectáculo. El movimiento aprende que la producción se desenvuelve gracias a la bendición de la ciencia económica, pero en realidad se basa en la antropología ilusoria de la separación de tareas.

No hay placer en el trabajo. Ni siquiera en el trabajo autogestionado. La revolución no puede reducirse a una simple modificación de la organización del trabajo. No sólo a eso.

No hay placer en el sacrificio, en la muerte, en la venganza. Como no hay placer en contarse. La aritmética es la negación del placer.

Quien desea vivir no produce la muerte. La transitoria aceptación de la guillotina conduce a la institucionalización. Pero al mismo tiempo, quien ama la vida no abraza a su explotador. En caso contrario odiaría la vida y amaría el sacrificio, el autocastigo, el trabajo y la muerte.

En el cementerio del trabajo siglos de explotación han acumulado una montaña de venganza. Los jefes del movimiento revolucionario se sientan impasibles en esta montaña. Estudian el mejor modo de beneficiarse de ella. La carga de violencia vengadora debe ser dirigida hacia los intereses de la nueva casta de poder. Símbolos y banderas. Slogans y complicados análisis. El aparato ideológico se dispone a hacer lo que sea necesario.

La ética del trabajo hace posible esta instrumentalización. Quienes aman el trabajo quieren apoderarse de los medios de producción, no quieren que se avance ciegamente. Saben por experiencia que los jefes han tenido una fuerte organización de su parte para hacer posible la explotación. Piensan que sólo una organización igualmente fuerte y perfecta podrá hacer posible la liberación. Hagamos todo lo posible, la liberación debe salvarse.

Qué inmenso engaño. La ética del trabajo es la ética cristiana del sacrificio, la ética de los amos, gracias a la cual las masacres de la historia se han sucedido con preocupante regularidad.

Esta gente no puede comprender que es posible no producir plusvalor, que incluso pudiendo producirlo se puede rechazar hacerlo. Que es posible afirmar contra el trabajo una voluntad no productiva, capaz de luchar no sólo contra las estructuras económicas de los patronos sino también contra las ideologías que atraviesan todo el pensamiento occidental.

Es indispensable entender que la ética del trabajo constituye también la base del proyecto revolucionario cuantitativo. No tendría fundamento un discurso en contra del trabajo hecho por organizaciones revolucionarias metidas en la lógica del crecimiento cuantitativo.

La sustitución de la ética del trabajo por la estética del placer no impide la vida, como tantos compañeros preocupados afirman. A la pregunta ¿Qué comeremos? Se puede responder, con toda tranquilidad: “lo que produzcamos”. Sólo que la producción no sería ya la dimensión en la que el hombre se autodetermina, la producción pasaría a la esfera del juego y del placer. Se podrá producir, no como algo separado de la naturaleza, que una vez realizado reúne con ella. Sino como algo que es la naturaleza misma. Por lo cual será posible parar de producir en cualquier momento, cuando haya suficiente. Sólo el placer será imparable. Una fuerza desconocida para las larvas civilizadas que pueblan nuestra era. Una fuerza que multiplicará por mil el impulso creativo de la revolución.

La riqueza social del mundo comunista no se mide por la acumulación de plusvalía, aunque sea gestionada por una minoría llamada partido del proletario. Esta situación reproduce el poder, negando el mismo fundamento de la anarquía. La riqueza social comunista viene dada por la potencialidad de la vida que se realiza tras la revolución. La acumulación cualitativa, no cuantitativa (aunque sea gestionada por un partido), debe sustituir a la acumulación capitalista. La revolución de la vida sustituye a la mera revolución económica. La potencialidad productiva a la producción cristalizada. El placer al espectáculo.

La negación del mercado espectacular de la ilusión capitalista impondrá otro tipo de intercambio. Del ficticio cambio cuantitativo a uno real cualitativo. La circulación no se basará en objetos ni por tanto en su ilusoria reificación, sino en el sentido que los objetos tienen para la vida. Y un sentido “para la vida” debe ser un sentido de vida, no de muerte. Por tanto estos objetos estarán limitados al momento en que sean intercambiados, y tendrán un significado diferente según las situaciones que determinen el intercambio.

El mismo objeto podrá tener “valores” profundamente distintos. Se personificará. Nada que ver con la producción tal y como la conocemos en la dimensión del capital. El propio intercambio tendrá un sentido diferente visto a través del rechazo a la producción ilimitada.

No existe el trabajo libre. No existe el trabajo integrado (manual-intelectual). Lo que existe es la división del trabajo y la venta de la fuerza de trabajo, es decir, el mundo capitalista de la producción. La revolución será siempre y solamente la negación del trabajo, la afirmación del placer. Toda tentativa de imponer la idea del trabajo “sólo trabajo”, sin explotación, del “trabajo autogestionado” en el cual los explotados se reapropian de la totalidad del proceso productivo es una mistificación.

El concepto de la autogestión de la producción es válido sólo como esquema de lucha contra el capital, de hecho no se puede separar del concepto de autogestión de la lucha. Si se extingue la lucha, la autogestión no es nada más que la autogestión de la explotación. Realizada victoriosamente la lucha, la autogestión de la producción se vuelve superflua, porque después de la revolución la organización de la producción es superflua y contrarrevolucionaria.

En la medida en que te lanzas a ti

mismo, todo es destreza y fácil victoria; sólo si de

repente te conviertes en quien coge la pelota que

una eterna compañera de juegos te lanza, a

tu centro, en todas sus fuerzas, en uno de esos grandes

y divinos arcos de constructores de puentes,

sólo entonces saber cogerla, es una fuerza –no

tuya, de un mundo.

Rilke

VI

Todos creemos tener experiencia del placer. Cada uno de nosotros cree haber gozado al menos una vez en la vida.

Sólo que esta experiencia de placer ha sido siempre pasiva. No ocurre que gozamos. No podemos “desear” nuestro placer ni tampoco obligar al placer a presentarse.

Todo esto, esta separación entre nosotros y el placer, depende de nuestro estar “separados” de nosotros mismos, cortados en dos por el proceso de explotación.

Trabajamos durante todo el año para obtener el “placer” de las vacaciones. Cuando éstas llegan nos sentimos “obligados” a “divertirnos” por el hecho de estar en vacaciones. Una forma de tortura como cualquier otra. Lo mismo pasa con los domingos. Un día espantoso. El enrarecimiento de la ilusión del tiempo libre nos muestra el vacío del espectáculo mercantil en el que vivimos.

Buscar placer en las entrañas de cualquiera de las variadas “versiones” del espectáculo capitalista sería una locura. Pero eso es exactamente lo que el capital busca. La experiencia del tiempo libre programado por los explotadores es letal. Te hace desear ir a trabajar. Uno acaba por preferir una muerte cierta a una vida aparente.

Ningún placer real nos puede llegar a través del mecanismo racional de la explotación capitalista. El placer no ha fijado reglas que lo categoricen. Aun así, debemos desear el placer. De otro modo estaríamos perdidos.

La búsqueda del placer es por esto un acto de voluntad. Un firme rechazo de las condiciones fijadas por el capital, es decir, de sus valores. El primero de estos rechazos es el rechazo al trabajo. La búsqueda del placer sólo puede venir a través de la búsqueda del juego.

Así el juego asume un significado diferente del que estamos acostumbrados a darle en la dimensión del capital. Como ociosidad serena, el juego que se opone a las responsabilidades de la vida es una falsa y distorsionada imagen de lo que realmente es. En la realidad de lucha contra el capital, en el presente periodo del enfrentamiento y en sus relativas contradicciones, el juego no es un “pasatiempo” sino un arma de lucha.

Por una extraña ironía, los papeles están invertidos. Si la vida es algo serio, la muerte es una ilusión, en cuanto que mientras estamos vivos la muerte no existe. Ahora, el reino de la muerte, es decir, el capital, que niega nuestra verdadera existencia como seres humanos y nos reduce a “cosas”, es “aparentemente” muy serio, metódico, disciplinado. Pero su paroxismo posesivo, su rigurosidad ética, su obsesión por hacer, esconden una gran ilusión: el vacío total del espectáculo de la mercancía, la inutilidad de la acumulación indefinida, el absurdo de la explotación. Así la gran seriedad del mundo del trabajo y de la productividad oculta una total carencia de seriedad.

Al contrario, la negación de este mundo obtuso, la búsqueda del placer, del sueño, de la utopía, en su declarada “falta de seriedad”, oculta la cosa más seria de la vida: la negación de la muerte.

Incluso en este lado de la barrera, en el enfrentamiento físico con el capital, el juego puede asumir diversas formas. Se pueden hacer muchas cosas “juguetonamente”, aunque muchas de las cosas que hacemos las hacemos “seriamente”, llevando la máscara de muerte que hemos tomado prestada del capital. El juego se caracteriza por el impulso vital, siempre nuevo, siempre en movimiento. Actuando como lo hacemos cuando jugamos cargamos nuestras acciones con este impulso. Nos liberamos de la muerte. El juego nos hace sentir vivos. Nos da la emoción de la vida. De la otra forma asumimos todo como un deber, como algo que “debemos” hacer, como una obligación.

En esta emoción siempre nueva, totalmente opuesta a la alineación y la locura del capital, podemos identificar el placer.

En el placer reside la posibilidad de ruptura con el viejo mundo y de identificación de nuevos objetivos, de necesidades y valores diferentes. Incluso aunque el placer, en sí mismo, no pueda considerarse el objetivo del hombre, es indudable su dimensión privilegiada, voluntariamente identificada, que hace diferente el enfrentamiento con el capital.

La vida es tan aburrida que no tenemos otra

cosa que hacer que gastar nuestro sueldo en la

última falda o camisa. Hermanos y hermanas,

¿cuáles son vuestros deseos reales? ¿estar sentados

en un bar, la mirada distante y hacía,

aburrido, bebiendo un insípido café? O quizás

VOLARLO O PEGARLE FUEGO”

The angry brigade

VII

El gran espectáculo del capital nos ha engullido hasta el cuello. Actores y espectadores de turno. Alternamos los papeles, cada uno se queda boquiabierto mirando a los otros o hace que otros se fijen en uno. Hemos subido todos a la carroza de cristal, aun cuando sabemos que no es más que una calabaza. Las ilusiones de la madrina han anulado nuestra conciencia crítica. Ahora debemos jugar el juego. Al menos hasta medianoche.

Miseria y hambre siguen siendo los elementos propulsivos de la revolución. Pero el capital está extendiendo el espectáculo. Pretende introducir nuevos actores en escena. El mayor espectáculo del mundo continúa sorprendiéndonos. Cada vez es más complicado y cada vez mejor organizado. Nuevos payasos están listos para subir a la tribuna. Nuevas fieras serán domadas.

Los defensores de lo cuantitativo, los amantes de la aritmética, entrarán los primeros y serán cegados por los focos de las primeras filas. Llevarán detrás de sí a las masas de la necesidad y las ideologías del chantaje.

Pero lo que no podrán eliminar será su seriedad. El mayor peligro al que harán frente será una sonrisa. En el interior del espectáculo del capital el placer es mortal. Todo es lúgubre y funeral, todo es serio y ordenado, todo es racional y programado, precisamente porque todo es falso e ilusorio.

Además de las crisis, además de las contradicciones del subdesarrollo, además de la miseria y el hambre, el capital deberá sostener la última batalla, la decisiva, contra el aburrimiento.

También el movimiento revolucionario deberá librar sus batallas. No sólo las tradicionales contra el capital, sino otras nuevas, contra sí mismo. El aburrimiento lo está atacando desde dentro, lo está rompiendo, haciéndolo asfixiante, inhabitable.

Dejemos solos a los que aman el espectáculo del capital. Aquellos que están tranquilos y felices recitando hasta el final sus papeles. Esta gente piensa que realmente las reformas pueden cambiar las cosas. Pero esto es más una cubierta ideológica que otra cosa. Saben muy bien que cambiar los papeles es una de las reglas del sistema. Ajustando las cosas un poco en el momento se obtiene el resultado de ser útil al capital.

Después está el movimiento revolucionario donde no faltan aquellos que atacan verbalmente el poder del capital. Esta gente causa una gran confusión, recurren a grandes frases pero no impresionan a nadie, mucho menos al capital, que los usa socarronamente para la parte más difícil de su espectáculo. En los momentos en que precisa su solista, hace salir a escena a uno de estos personajes. El resultado es penoso.

La verdad es que es necesario romper el mecanismo espectacular de la mercancía, entrando en el dominio del capital, en los centros de coordinación, en el núcleo mismo de la producción. Imagina qué maravillosa explosión de placer, qué gran salto creativo hacia delante, qué extraordinario objetivo “sin objetivo”.

Sólo que es muy difícil traspasar el mecanismo del capital placenteramente, con los símbolos de la vida. La lucha armada es, a menudo, símbolo de muerte. No porque dé muerte a los amos y a sus sirvientes, sino porque pretende imponer las estructuras de dominio de la muerte. Concebida de manera diferente, realmente sería placer en acción, cuando fuese capaz de romper las condiciones estructurales impuestas por el mismo espectáculo de la mercancía como, por ejemplo, el partido militar, la conquista del poder o la vanguardia.

He aquí al otro enemigo del movimiento revolucionario, la falta de comprensión. Cerrazón ante las nuevas condiciones del conflicto. La insistencia en imponer modelos pasados que ya se han convertido en parte del espectáculo de la mercancía.

El desconocimiento de la nueva realidad revolucionaria alimenta un desconocimiento teórico y estratégico de las capacidades revolucionarias del movimiento mismo. Y no viene a cuento afirmar que hay enemigos tan cercanos como para hacer necesaria una intervención inmediata, más allá de las presiones internas de carácter teórico. Todo esto oculta la incapacidad de afrontar la nueva realidad del movimiento, la incapacidad de superar errores del pasado que tienen graves consecuencias en el presente. Y esta cerrazón alimenta todo tipo de ilusiones políticas racionalistas.

Las categorías de la venganza, del líder, del partido, de la vanguardia, del crecimiento cuantitativo, tienen sentido en la dimensión de nuestra sociedad, y es un sentido que favorece la perpetuación del poder. Si uno ve las cosas desde el punto de vista revolucionario, es decir de la eliminación total y definitiva de todo poder, estas categorías dejan de tener sentido.

Moviéndonos dentro del no-lugar de la utopía, trastocando la ética del trabajo en el aquí y ahora del placer realizado, nos encontramos en el interior de una estructura del movimiento que está muy lejana de las formas históricas de organización.

Esta estructura se modifica continuamente, escapando a toda tentativa de cristalización. Se caracteriza por la autoorganización de los productores en el lugar de trabajo, y la simultánea autoorganización de las formas de lucha contra el trabajo. No tomar los medios de producción a través de las organizaciones históricas, sino rechazar de la producción a través del empuje de estructuras organizativas que se modifican continuamente.

Lo mismo ocurre en la realidad no garantizada (parados, trabajo temporal). Las estructuras emergen sobre la base de la autoorganización, estimuladas por la huida del aburrimiento y la alineación. La introducción de objetivos programados e impuestos por una organización ajena a estas estructuras mataría al movimiento y lo regalaría al espectáculo de la mercancía.

Muchos de nosotros estamos atados a esta visión de la organización revolucionaria. Incluso los anarquistas, que rechazamos la organización autoritaria, no dejan de reconocer validez a sus formaciones históricas. Sobre esta base aceptamos que la realidad contradictoria del capital puede ser atacada con medios similares. Lo hacemos porque estamos convencidos de que estos medios son legítimos, emergentes del mismo terreno del enfrentamiento con el capital. Rechazamos admitir que alguien pueda no ver las cosas como nosotros lo hacemos. Nuestra teoría es idéntica a la práctica y la estrategia de nuestras organizaciones.

Hay muchas diferencias entre nosotros y los autoritarios. Pero todas se hunden ante nuestra fe común en la organización histórica. Se llegará a la anarquía a través de la obra de estas organizaciones (las diferencias –sustanciales- sólo aparecen a través de métodos aproximativos). Pero esta fe demuestra algo muy importante: la pretensión de toda nuestra cultura racionalista de explicar el movimiento de la realidad, y de explicarlo de un modo progresivo. Esta cultura se basa en la idea de la irreversibilidad de la historia y en la capacidad analítica de la ciencia. Todo esto nos hace ver el momento presente como el punto de confluencia de todos los esfuerzos del pasado, como el punto más alto de la lucha contra el poder de las tinieblas (la explotación capitalista). Así nosotros estaríamos, de un modo absoluto, más avanzados que nuestros predecesores, capaces de elaborar y poner en práctica teorías y estrategias organizativas que serían resultado de la suma de todas las experiencias pasadas.

Todos aquellos que rechazan esta interpretación se encuentran autónomamente fuera de la realidad, que es por definición histórica, progreso y ciencia. Quien rechaza es antihistórico, antiprogresista y anticientífico. Condenas sin apelación.

Reforzados con esta coraza ideológica salimos a la calle. Aquí nos encontramos con una realidad de lucha estructurada de modo diferente. Estas estructuras actúan sobre la base de estímulos que no entran en el cuadro de nuestro análisis. Una pacífica mañana, durante una pacífica manifestación autorizada, la policía empieza a disparar, la estructura reacciona, los compañeros también disparan, los policías caen. ¡Moraleja! La manifestación era pacífica, para que haya degenerado en pequeñas acciones de guerrilla debe haber habido provocación. Nada puede salir del cuadro perfecto de nuestra organización ideológica, que no es sólo una “parte” de la realidad, sino que es “toda” la realidad. Lo que vaya más allá es locura y provocación.

Se destruyen algunos supermercados, algunos negocios, se saquean almacenes de comida y armerías, se queman coches de gran cilindrada. Es un ataque al espectáculo mercantil, en sus formas más conspicuas. Las nuevas estructuras se mueven en esa dirección. Toman forma de repente, con una mínima orientación estratégica preventiva indispensable. Sin alardes, sin grandes premisas analíticas, sin complejas teorías de apoyo. Atacan. Los compañeros se identifican con estas estructuras. Rechazan las organizaciones del equilibrio del poder, de la espera, de la muerte, su acción es una crítica concreta de la posición de estera, suicida, de estas organizaciones. ¡Moraleja! Ha tenido que haber provocación.

Se atacan los modelos tradicionales de “hacer” política. Se incide fuerte y críticamente sobre el movimiento mismo. Se usan las armas de la ironía. No limita al estudio cerrado de un escritor, sino en masa, por las calles. No sólo los siervos de los amos, los ya reconocidos a nivel oficial, sino los guías revolucionarios de un pasado lejano y reciente, se encuentran en dificultades. La mentalidad del jefe de poca monta de un grupo es puesta es crisis. ¡Moraleja! La crítica sólo es legítima contra los amos, y según las reglas fijadas por la tradición histórica de la lucha de clases. Quien se desvíe del seminario es un provocador.

A la gente le hastían las reuniones, la lectura de los clásicos, las manifestaciones inútiles, las discusiones teóricas, las infinitas distinciones, la monotonía y la extrema miseria de ciertos análisis políticos. Ante todo esto la gente prefiere hacer el amor, fumar, escuchar música, caminar, dormir, reír, jugar, matar policías, lisiar periodistas, ajusticiar magistrados, volar comisarías. ¡Moraleja! La lucha es legítima sólo cuando es comprensible para los jefes de la revolución. En caso contrario, existiendo el riesgo de que la situación se escape a su control, tiene que haber habido provocación.

Date prisa, compañero, dispara pronto al policía, al juez, al jefe, antes de que una nueva policía te lo impida.

Date prisa es decir no, antes de que una nueva represión te convenza que es inútil, loco, de que aceptes la hospitalidad del manicomio.

Date prisa en atacar al capital, antes de que una nueva ideología lo haga sagrado para ti.

Date prisa en rechazar el trabajo, antes de que un nuevo sofista te diga, una vez más, que “el trabajo te hace libre”.

Date prisa en jugar, Date prisa en armarte.

No habrá revolución hasta que no bajen los Cosacos.”

Coeurderoy

VIII

Incluso el juego en la lógica del capital es enigmático y contradictorio, que lo usa como uno de los componentes del espectáculo de la mercancía. Adquiere una ambigüedad que no posee en sí mismo. Esta ambigüedad proviene de la estructura ilusoria de la producción capitalista. De esta forma, el juego deviene en suspensión de la producción, un paréntesis de “tranquilidad” en la vida cotidiana. Así el juego es programado y usado escénicamente.

Fuera del dominio del capital el juego es armoniosamente estructurado por su propio impulso creativo. No está ligado a esta o aquella representación deseada por las fuerzas del mundo de la producción, sino que se desarrolla autónomamente. Sólo en esta realidad el juego es alegre, da placer. No “suspende” la tristeza del desgarro causado por la explotación; al contrario, la realiza por completo, devolviéndola participante en la realidad de la vida. De esta forma opone a los engaños puestos en acción por la realidad de la muerte –incluso a través del juego– para hacer la tristeza menos triste.

Los destructores de la realidad de la muerte luchan contra el reino mítico de la ilusión capitalista, un reino que, aspirando a la eternidad, rueda en el polvo de la contingencia. El placer emerge del juego de la acción destructiva, del reconocimiento de la profunda tragedia que implica, de la conciencia del entusiasmo que es capaz de abatir las telarañas de la muerte. No es cuestión de oponer horror al horror, tragedia a la tragedia, muerte a la muerte. Es una confrontación entre placer y horror, placer y tragedia, placer y muerte.

Para matar a un policía no es necesario ponerse la toga de juez, apresurándose a limpiarla de la sangre de anteriores sentencias. Los tribunales y las sentencias de las revoluciones son siempre parte del espectáculo del capital, incluso cuando son revolucionarios quienes juegan esos papeles. Cuando se mata a un policía no se pesa su responsabilidad, el enfrentamiento de clase no se convierte en una cuestión de aritmética. Uno no programa una visión de la relación entre el movimiento revolucionario y los explotadores. Se responde a nivel inmediato de una exigencia que ha venido a ser estructurada en el movimiento revolucionario, una necesidad de todos los análisis y justificaciones del mundo nunca podrán haber impuesto.

Esta exigencia es el ataque al enemigo, al explotador y a sus siervos. Madura lentamente en las estructuras del movimiento. Sólo cuando aparece, el movimiento pasa de la defensa al ataque. El análisis y la justificación moral está río arriba, no en el valle, a los pies de quienes salen a las calles para hacerlos tropezar. Se encuentran en los siglos de violencia sistemática que el capital ha ejercido sobre los explotados. Pero no se encuentran necesariamente de forma compleja y lista para usar. Esta pretensión es una ulterior forma de nuestras intenciones racionalizantes, de nuestro sueño de imponer a la realidad un modelo que no se le ajusta.

Hagamos descender a estos Cosacos. No apoyamos el papel de la reacción, eso no es para nosotros. No aceptamos la equívoca invitación del capital. Mejor que disparar a nuestros compañeros o a nosotros mismos, es disparar a los policías.

Hay momentos en la historia en los que la ciencia existe en la conciencia de aquellos que luchan. En estos momentos no hay necesidad de intérpretes de la verdad. Ésta emerge de las cosas. La realidad de las luchas produce la teoría del movimiento.

El nacimiento del mercado marcó la formación del capital, el paso de un modelo feudal del producción al modelo capitalista. Con la entrada de la producción en su fase espectacular de la mercancía se ha extendido a todo lo existente: amor, ciencia, sentimientos, conciencia, etc. El espectáculo se ha ensanchado enormemente. La segunda fase no constituye, como mantienen los marxistas, una corrupción de la primera. Es una fase diferente. El capital lo devora todo, incluso la revolución. Si ésta no rompe con el esquema de la producción, si pretende imponer una producción alternativa, el capitalismo la engullirá en el espectáculo mercantil.

Sólo la lucha en la realidad del enfrentamiento no puede ser engullida. Algunas de sus formas, cristalizándose en formas organizativas precisas, pueden terminar siendo arrastradas al espectáculo. Pero cuando rompen con el significado fundamental que el capital asigna a la producción, se hace extremadamente difícil.

En la segunda fase las cuestiones de la aritmética y de la venganza no tienen sentido. Si son mencionadas adquieren un significado metafórico.

El juego ilusorio del capital (el espectáculo de la mercancía) debe ser sustituido por el juego real del ataque armado contra el capital, por la destrucción de lo irreal y del espectáculo.

Hazlo por ti mismo

Manual hazlo por ti mismo”