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El Placer Armado – Alfredo M. Bonanno (3)

Que vuele la lechuza

Proverbio ateniense

IX

Es fácil, puedes hacerlo por ti mismo. Sólo o con unos cuantos compañeros de confianza. No se necesitan grandes medios. Ni siquiera grandes conocimientos técnicos.

El capital es vulnerable. Basta con estar decidido.

Una inmensidad de chácharas nos ha hecho obtusos. No es una cuestión de miedo. No estamos asustados, sólo estúpidamente llenos de ideas prefabricadas. No logramos liberarnos de ellas.

Quien está decidido a llevar a cabo sus actos no es una persona corajuda. Es simplemente alguien que ha clarificado sus ideas, que se ha dado cuenta de la futilidad de hacer esfuerzos por jugar bien el papel que le ha sido asignado por el capital en la representación. Consciente, ataca con fría determinación. Y al hacerlo se realiza como hombre. Se realiza a sí mismo en el placer. El reino de la muerte desaparece ante él. Incluso si crea la destrucción y el terror de los amos, en su corazón, y en el corazón de los explotados, hay placer y calma.

Las organizaciones revolucionarias tienen dificultades en comprender todo esto. Imponen un modelo que reproduce la simulación de la realidad productiva. El destino cuantitativo les impide realizar cualquier movimiento cualitativo al nivel de la estética del placer.

Estas organizaciones también ven el ataque armado en clave cuantitativa. Los objetos se fijan sobre la base del choque frontal.

De esta forma el capital es capaz de controlar cualquier emergencia. Puede incluso permitirse el lujo de aceptar las contradicciones, señalar los objetivos espectaculares, explotar los efectos negativos en los productores para agrandar el espectáculo. El capital acepta el enfrentamiento en el campo cuantitativo porque allí conoce todas las respuestas. Tiene el monopolio de las respuestas. Tiene el monopolio de las reglas y produce él mismo las soluciones.

Por el contrario el placer del acto revolucionario es contagioso. Se expande como una mancha de aceite. El juego adquiere significado cuando actúa en la realidad. Pero este significado no cristaliza en un modelo dirigido desde arriba. Se deshace en mil significados, todos productivos e inestables. La conexión interna del juego mismo se consume en la acción de ataque. Pero sobrevive el significado exterior, el significado que tiene el juego para aquellos que están fuera y quieren apropiarse de él. Las conexiones entre quienes juegan primero y quienes “observan” las consecuencias liberatorias del juego, son esenciales para el juego mismo.

Se estructura así la comunidad del placer. Una forma espontánea de entrar en contacto, fundamental para la realización de los más profundos significados del juego. Jugar es un acto comunitario. Raramente se presenta como acción aislada. Si lo hace, a menudo contiene los elementos negativos de la alineación psicológica. No es una aceptación positiva del juego como momento creativo en una realidad de lucha.

Es el sentido comunitario del juego lo que impide la arbitrariedad en la elección de los significados del juego mismo. En ausencia de relaciones comunitarias el individuo podría imponer sus propias reglas y significados, que podrían ser incomprensibles a los demás, haciendo el juego una suspensión temporal de las consecuencias negativas de sus problemas individuales (problemas del trabajo, la alineación y la explotación).

En el acuerdo comunitario el juego es enriquecido por un flujo de acciones recíprocas. La creatividad es mayor cuando proviene de fantasías liberadas y verificadas recíprocamente. Cada invención, cada nueva posibilidad puede ser vivida colectivamente, sin modelos preconstruidos, y tener una influencia vital, incluso por ser simplemente un modelo creativo, incluso si encuentra mil dificultades para su realización.

Una organización revolucionaria tradicional termina imponiendo a sus técnicos. No puede evitar el peligro tecnocrático. La gran importancia asignada al momento instrumental de la acción condena a este camino.

La estructura revolucionaria que busca el momento del placer en la acción dirigida a destruir el poder considera los instrumentos usados para llevar a cabo esa destrucción como instrumentos, como medios. Los que usan estos instrumentos no deben convertirse en sus esclavos. Así como quienes no saben usarlos no deben convertirse en esclavos de los que sí saben.

La dictadura del instrumento es la peor de las dictaduras.

E los revolucionarios es su determinación, su conciencia, su decisión para actuar, su individualidad. Las armas concretas son instrumentos que deberían estar continuamente sometidas a evaluación crítica. Es necesario desarrollar una crítica de las armas. Hemos visto demasiadas sacralizaciones de la metralleta y de la eficiencia militar.

La lucha armada no es algo que concierna sólo a las armas. No pueden representar, por sí mismas, la dimensión revolucionaria. Es peligroso reducir la compleja realidad a una sola cosa. De hecho, el juego envuelve este riesgo, el de reducir el experimento vital al juguete, haciéndolo algo mágico y absoluto. No por casualidad la metralleta aparece en el símbolo de muchas organizaciones revolucionarias combatientes.

Debemos ir más allá para comprender el profundo significado de la lucha revolucionaria como placer, escapando a las ilusiones y a las trampas de una representación del espectáculo mercantil a través de objetos míticos o mitificados.

El capital hace su último esfuerzo cuando encara la lucha armada. Libra la batalla en su última frontera. Necesita el apoyo de la opinión pública para actuar en un terreno en el que no está seguro de sí mismo. De ahí que desencadene una guerra psicológica que emplea las armas más refinadas de la propaganda moderna.

En sustancia el capital, en su actual organización física, es vulnerable ante una estructura revolucionaria que decida los tiempos y los modos del ataque. Es consciente de esta debilidad y se apresura a contrarrestarla. La policía no basta. Ni siquiera el ejército. Necesita vigilancia continua por parte de la misma gente. Incluso de la parte más humilde del proletariado. Para hacer esto debe dividir el frente de clase. Debe diseminar el mito de la peligrosidad de las organizaciones armadas entre los pobres, el mito de la bondad del Estado, de la ley, etc.

Por tanto empuja a las organizaciones y a sus militantes a asumir un papel. Una vez en este “papel” el juego pierde todo sentido. Todo se vuelve “serio”, por tanto ilusorio, espectacular y mercantil. El placer se transforma en “máscara”. El individuo se hace anónimo, vive en su papel y ya no es capaz de distinguir entre apariencia y realidad.

Para romper el cerco mágico de la dramaturgia mercantil debemos rechazar los roles, incluido el de “revolucionario profesional”.

La lucha armada debe escapar a la caracterización de la “profesionalidad”, a la división de tareas que el aspecto extremo de la producción capitalista quiere imponerle.

Hazlo por ti mismo”. No rompas el aspecto global del juego para empobrecerlo mediante roles. Defiende tu derecho a gozar de la vida. Obstruye el proyecto de muerte del capital. Éste puede penetrar en el mundo de la creatividad del juego sólo si transforma al que juega en jugador, al viviente creador en el muerto que imagina estar vivo.

No tiene sentido hablar del juego si el “mundo del juego” se centraliza. Proponiendo nuestro discurso sobre el “placer armado” debemos también prever la posibilidad de que el capital recoja la propuesta revolucionaria. Y este recoger puede ser hecho a través de la gestión externa del juego: fijando el rol del jugador, los roles de la reciprocidad de la comunidad del juego, la mitología del juguete.

Rompiendo las ataduras de la centralización del partido militar, se obtiene el resultado de confundir las ideas del capital, ajustadas como lo están dentro del código de la productividad espectacular del mercado cuantitativo. De este modo la acción coordinada por el placer es un enigma para el capital. No es nada, algo sin objetivo, desprovisto de realidad. Y esto porque el ser, el objetivo y la realidad del capital son ilusorios mientras que el ser, el objetivo y la realidad de la revolución son concretos.

El código de la necesidad de comunismo sustituye al código de la necesidad de producir. A la luz de esta nueva necesidad las decisiones del individuo adquieren un sentido en la comunidad del juego. La ausencia de realidad y de consistencia de los modelos de muerte del pasado es descubierta.

La destrucción de los amos es la destrucción de la mercancía, y la destrucción de la mercancía es la destrucción de los amos.

Que vuele la lechuza

Proverbio ateniense

X

Que vuele la lechuza. Que las acciones mal empezadas lleguen a buen puerto. Que la revolución, tanto tiempo aplazada por los revolucionarios, sea realizada a pesar de sus deseos residuales de la paz social.

El capital dará la última palabra a los batas blancas. Las prisiones no durarán mucho. Viejas fortalezas de un pasado que sobrevive sólo en la fantasía exaltada de algún revolucionario jubilado, caerán con la ideología basada en la ortopedia social. No habrá más presos. La criminalización, que el capital llevará a cabo en sus formas más racionales, pasará por los manicomios.

Cuando toda la realidad es espectacular, rechazar el espectáculo significa estar fuera de la realidad. Quien rechace doblegarse ante el código de la mercancía está loco. Rechazar doblegarse ante el dios mercancía significará ser encerrado en un manicomio.

Aquí la cura será radical. No más torturas inquisitoriales ni sangre en las paredes: estas cosas impresionan a la opinión pública, hacen intervenir a los burgueses bienpensantes, generan justificaciones y reparaciones y trastornan la armonía del espectáculo. La total aniquilación de la personalidad, considerada como la única cura radical para enfermos mentales, no molesta a nadie. Mientras el hombre de la calle se sienta rodeado por la atmósfera impenetrable del espectáculo capitalista tendrá la impresión de que las puertas del manicomio no se cerrarán nunca a sus espaldas. El mundo de la locura le será extraño, incluso aunque haya siempre un manicomio junto a cada fábrica, frente a cada escuela, en cada campo, en medio de cada barrio popular.

Pongamos atención a no allanarles el camino, con nuestro embotellamiento crítico, a los funcionarios de la camisa blanca.

El capital está programando un código interpretativo para poner en circulación a nivel de masas. En base a este código la opinión pública se acostumbrará a ver a aquellos que atenten contra el orden de cosas de los amos, a los revolucionarios, como locos. De ahí la necesidad de meterlos en manicomios. También las cárceles actuales, racionalizándose según el modelo alemán, se están transformando, primero en cárceles especiales para revolucionarios, luego en cárceles modelo, luego en verdaderos laagers para la manipulación del cerebro, finalmente en manicomios definitivos.

Este comportamiento del capital no viene dado solamente por la necesidad de defenderse de las luchas de los explotados. Es también la única respuesta posible sobre la base de la lógica interna del código de la producción mercantil.

Para el capital el manicomio es un lugar donde la globalidad de la función espectacular se interrumpe. La cárcel trata desesperadamente de llegar a esta interrupción global, pero no puede lograrlo por estar bloqueado por las demandas básicas de su ideología ortopédica.

El “lugar” del manicomio, en cambio, no tiene principio ni fin, no tiene historia, no es mutable como el espectáculo. Es el lugar del silencio.

Por el contrario el otro “lugar” del silencio, el cementerio, tiene la capacidad de hablar en voz alta. Los muertos hablan. Y nuestros muertos hablan con voz altísima. Nuestros muertos pueden ser muy pesados. Por eso el capital tratará de usar los cementerios cada vez menos. Y aumentar a la vez, de manera correspondiente, el número de “invitados” a los manicomios. La “patria del socialismo” tiene mucho que enseñar en este campo.

El manicomio es la racionalización más perfecta del tiempo libre. La suspensión del trabajo sin traumas para la estructura mercantil. La ausencia de productividad sin negación de la productividad. El loco no necesita trabajar y, al no trabajar, confirma la sabiduría del trabajo como contrario a la locura.

Cuando decimos que nos es el momento del ataque armado contra el Estado, estamos abriendo las puertas del manicomio a los compañeros que están llevando a cabo este ataque; cuando decimos que no es el momento para la revolución apretamos las correas de una camisa de fuerza; cuando decimos: estas acciones son objetivamente una provocación, nos ponemos las camisas blancas de los torturadores.

Cuando el número de oponentes era pequeño la pistola funcionaba bien. Diez muertos son tolerables. Treinta mil, cien mil, doscientos mil podrían marcar un punto fundamental en la historia, una referencia revolucionaria de tan deslumbrante luminosidad que perturbaría durante tiempo la pacífica armonía del espectáculo mercantil. Por el otro lado el capital se ha hecho más astuto. El fármaco tiene una neutralidad que no poseen las balas. Tiene la cortada terapéutica.

Arrojemos a la cara del capital su propio estatuto de locura. Pongamos al revés los términos de la contraposición.

En la totalidad mercantilizada del capital la neutralización del individuo es una práctica constante. La sociedad es toda ella un inmenso manicomio. El aplastamiento de las opiniones es un proceso terapéutico, una máquina de muerte. La producción no puede verificarse en la forma espectacular del capitalismo sin este aplastamiento. Y si el rechazo de todo esto, la elección del placer frente a la muerte, es un signo de locura, es el momento de que cada cual empiece a comprender la trampa que yace por debajo de todo esto.

Toda la máquina de la tradición cultural de Occidente es una máquina de muerte, una negación de la realidad, el reino de lo ficticio que ha acumulado topo tipo de infamias y vejaciones, de explotación y genocidio. Si el rechazo de toda esta lógica de producción es condenado como locura, entonces debemos distinguir entre locura y locura.

El placer se arma. Su ataque es la superación de la alucinación mercantil, de la máquina y de la mercancía, de la venganza y del líder, del partido y de la cantidad. Su lucha rompe la línea de la lógica del beneficio, la arquitectura del mercado, el significado programado de la vida, el último documento del último archivo. Su violenta explosión derriba el orden de las dependencias, la nomenclatura de lo positivo y lo negativo, el código de la ilusión mercantil.

Pero todo esto se debe poder comunicar. No es fácil el paso de significados del mundo del placer al de la muerte. Los códigos recíprocos están desfasados, terminan por anularse mutuamente. Lo que en el mundo del placer es considerado ilusión, en el mundo de la muerte es realidad, y viceversa. La misma muerte física, por la que tanto se llora en el mundo de la muerte, es menos mortal que la muerte que se vende como vida.

De ahí la gran facilidad del capital para mistificar los mensajes del placer. Incluso los revolucionarios, en una lógica cuantitativa, son incapaces de comprender las experiencias del placer en profundidad. A veces, vacilantes, hacen insignificantes aproximaciones. A veces lanzan condenas que no suenan muy diferentes a las condenas lanzadas por el capital.

En el espectáculo mercantil son las mercancías las consideradas significativas. El elemento activo de esta masa acumulada es el trabajo. Más allá de estos elementos del cuadro productivo nada puede tener un significado positivo y negativo a la vez. Existe la posibilidad de afirmar el no trabajo, pero no como negación del trabajo sino como sus suspensión por un cierto período de tiempo.

Del mismo modo es posible afirmar la no mercancía, es decir el objeto personalizado, pero sólo como reificación del tiempo libre, cualquier cosa producida como hobby, en los retazos de tiempo que nos deja el cielo productivo. Está claro que estos signos, el no trabajo y la no mercancía, entendidos de este modo, son funcionales al modelo general de la producción.

Sólo por la clarificación de los significados del placer, y los correspondientes significados de la muerte, como elementos de dos mundos contrapuestos que se combaten mutuamente, es posible comunicar algunos elementos de las acciones del placer sin, por otro lado, ilusionarnos con poder comunicarlos todos. Quien empiece a experimentar el placer, incluso en una perspectiva no directamente ligada al ataque contra el capital, está más disponible para atrapar el significado del ataque, al menos más que aquellos que se quedan atados a una anticuada visión del enfrentamiento basada en la ilusión cuantitativa.

De este modo es todavía posible que la lechuza alce el vuelo.

¡Adelante todos!

Y con el brazo y el corazón,

La palabra y la pluma,

El puñal y el fusil,

La ironía y la blasfemia,

El robo el veneno y el incendio.

Hagamos… ¡la guerra a la sociedad!

Déjacque

XI

Dejemos de lado las esperas, los titubeos, los sueños de paz social, los pequeños compromisos, la ingenuidad. Toda la basura metafórica que nos suministran en las tiendas del capital. Dejemos de lado los grandes análisis que todo lo explican, hasta el más mínimo detalle. Los vastos volúmenes llenos de cordura y miedo. Dejemos de lado la ilusión democrática y burguesa de la discusión y el diálogo, del debate y la asamblea, de las ilustradas capacidades de los jefes mafiosos. Dejemos de lado la prudencia y la sabiduría que la moral burguesa del trabajo ha cavado en nuestros corazones. Dejemos de lado los signos de cristianismo que nos han educado en el sacrificio y la obediencia. Dejemos de lado a los curas de todo tipo y función, los patronos, los guías revolucionarios, los menos revolucionarios y los nada revolucionarios. Dejemos de lado el número, las ilusiones cuantitativas, las leyes del mercado, la oferta y la demanda. Sentémonos un instante sobre las ruinas de nuestra historia de perseguidos y reflexionemos.

El mundo no nos pertenece. Si tiene un dueño que es tan estúpido como para quererlo tal como es, que se lo quede. Dejémosle contar ruinas en lugar de edificios, cementerios en lugar de ciudades, lodo en vez de ríos y fango infecto en vez de mares.

El mayor espectáculo ilusionista del mundo ya no nos podrá encantar.

Estamos seguros de que las comunidades del placer emergerán de nuestra lucha aquí y ahora.

Y por vez primera, la vida triunfará sobre la muerte.